El Mandarino(みかん:蜜柑)por Ryunosuke Akutagawa(1892-1927)

Al crepúsculo de un día nublado del invierno, estaba sentado en el tren ascendente de segunda clase en la estación de Yokosuka
y esperaba vagamente el silbato para salir. Ya se había encendido la luz eléctrica y raramente no se encontraron en el vehículo otro pasajero salvo yo. En el ánden un poco oscuro fuera del tren no se encontraba ninguna persona, sólo un perrito puesto en la jaula a veces ladraba tristemente. Estos eran muy adecuados a mi sentimiento de aquel tiempo. Mi cabeza estaba llena del cansancio y tedio inexplicables que me dieron sombra, como el cielo nublado después de nevar.
Dejando ambos manos puestos en los bolsillos del abrigo, incluso no tenía ánimo de sacar y leer el periódico de la tarde.
Pronto, se tocó el silbato y sentí ligeramente cómodo y esperé que la plataforma delante de mí marchara atrás sin saber por qué, con mi cabeza apoyada en la ventana.

De repente, se empieza a escuchar el sonido estridente de "geta"(el sueco) desde el paso al andén, y poco después escuché al revisor gritar algo grosero, al mismo tiempo abrió súbitamente la puerta del vehículo de la segunda clase en que yo estaba, y una chica de trece o catorce años de edad entró apresuramente en el cuarto. Al instante, el tren partió lentamente con una balanceo grave. Cada uno de los pilares de la platapforma, que dividieron mi campo visual, el vehículo dejado de transporte del agua, el mozo de la estación que agradecía a alguien de la propina,-----estos todos se cayeron atrás con mucha pena en el humo de carbón y bollín que vino soplando a la ventana. Suspiré aliviado finalmente y encendí el cigarrillo. Luego abriendo mis ojos melancólicos miré a la chica sentada en mi frente.
Era aparentemente una mujer campesina muy joven con el cabello seco recogido en el moño de "ichougaeshi"(moño de estilo de la hoja de ginkgo vuelta) y se le habían tan agrietado en todas las mejillas ruborizadas que me parecieron muy feas. Además, en su rodilla a la que dejó caer la bufanda mugrienta de color verde claro tenía una cosa envuelta con un pañuelo("huroshiki" en jp). En sus manos con muchos sabañones que lleva el paquete, tenía un billete de la tercera con cuidado y firmeza. No me gustaron su facciones. Tambien me molestó su vesdido sucio. Finalmente estaba muy enojoso de que no entendiera la diferencia entre la segunda y tercera. ¡Qué torpeza! Por lo tanto, encendí el cigarrillo y saqué el periódico de la tarde de mi bolsillo y lo abrí para verlo, y para olvidarme de la chica. Repentinamente la luz exterior que se habían caído en el periódico alternó con la eléctrica, y las letras se vieron inesperadamente claras. Desde luego, el tren iría a entrar en el primer de los túneles de la línea de Yokosuka.

El papel en la luz eléctrica, lleno de los sucesos demasiado comunes del mundo no podían consolarme en la melancolía. El asunto de la paz, los novios, las corrupciones, las noticias de fallecidos, a estos artículos bruscos los eché una ojeada mecanicalmente, sintiendo ilusión de que al entrar en el túnel, el tren correrá con rumbo contrario. Pero mientras tanto, no tenía otras medidas que incesantemente tenía conciencia de esta chica, sentada en mi frente con la cara realmente vulgar. Este tren en el túnel, esta chica provinciana, y este periódico lleno de noticias comunes,...¿Qué son estos, si no son los símbolos? ¿Qué son estos, si no son los símbolos de la vida incomprensible, inferior y aburrida? Todos me parecieron insignificantes, abandoné el periódico y cerré los ojos para dormitar con la cabeza inclinada a la ventana.

Unos minutos después, con una sensación de algún miedo miré a mi alrededor sin intención. Y ¿en qué momento la chica se ha mudado a mi lado? Ya trataba de abrir la ventana con insistencia. Sin embargo, dicha ventana era tan grave que no podía abrirla con facilidad. Las mejillas llenas de grietas se hicieron más rojas, y el sonido de sorber a veces por las narices con su voz del anhélito llegaban a mi oído precipitadamente. Seguramente esto me inspiró suficiente compasión, pero el tren acababa de entrar en el túnel, lo que ella tenía que tener en cuenta, ya que ambas falda de las colinas con las secas hierbas claras en la luz del crepúsculo nos aproximaban. A pesar de eso, esta chica trataba de abrir la ventana cerrada con intención. No entendía por qué. Además, no pude pensar más que su capricho. Pues, aun ahorrando el sentimiento severo en mi corazón, yo estaba mirando la chica luchnado desesperadamente por abrir la vantana con las manos llenas de sabañon. Y yo rezaba que no tuviera éxito en abrirla para siempre. En ese momento, el tren se lanzó en el túnel, y al mismo tiempo la vantana que la chica había combatido finalmente bajó abruptamente. Y desde la agujera de la ventana, se extendió el aire negruzco convirtiendose en el hollín de carbón como una nube densa. Por naturaleza yo tenía problema de la gargante, y se me dio una ducha de humo a la cara sin oportunidad de cubrirla con el pañuelo, por lo que tuve un ataque de tos sin respiración. Sin embargo la chica, sin hacer caso de mí, echando la cara de la ventana, y haciendo agitarse el cabello de las sienes, miraba atentamente al rumbo del tren. Al ver a la chica en el humo de carbón y la luz eléctrica, si no se aclarara fuera de la ventana y si no vinieran entrando los olores de la tierra, la hierba seca y el agua, yo que se me había quitado la tos con mucha dificultad, habría regañado severamente a la chica desconocida para hacer cerrar la ventana. Pero el tren ya había salido del túnel con facilidad, y acababa de pasar el paso a nivel que estaba afuera de un pueblo pobre entre dos colinas con hierbas secas. Cerca del paso citado se encontraban las tejados de paja y teja desordenadamente en el barrio muy estrecho. Y también se encontraba una bandera blanca que agitaría el guardabarrera sólo estaba agitada por el aire en el crepúsculo.

"Por fin hemos salido del túnel." Pensé así, en ese instante al otro lado de la barrera hallé a tres niños con las mejilas rojas empujarse en una fila estrecha. Todos los tres eran bajitos como si fueran metidos por el cielo nublado y llevaba el "kimono"(vestido japonés) de casi mismo color que el paisaje lúgbre del pueblo. Y mirando hacia arriba, apenas levantan sus manos, con su pequeña garganta arqueada, aclamaron algunos gritos con toda la fuerza que no entendí. En el instante, la chica inclinada por la ventana alargó la mano y las agitó. Inmdiatamente, a los niños que venían a despedir el tren les llovieron desde el cielo cinco o seis mandarinos con el color tan afectuoso del sol que hace el corazón lleno de gozo. Contuve aliento al verlo, al instante entendí todo. La chica posiblemente iría a colocarse de aprendizaje de trabajo y de la ventana tiró unos mandarinos que había guardado en su pecho, para recompensar a los hermanos menores quienes habian venido expresamente a despedirla al lado del paso.
El paso del pueblo crepuscular, los tres niños que gritaron como los pajaritos, y los mandarinos con el color vivo que se caían desordenadamente. Todos estos han pasado fuera del tren momentáneamente. Sin emargo, en mi corazón tunía grabada esta escena clara con angustia. Igualmente, sentí que me agitaba el corazón inexplicablemente jovial. Con la cabeza levantada, miré a la chica fijamente como si viera a otra persona. Ella ya había vuelto a sentarse a mi lado y con las mejillas llenas de las grietas y hundidas como antes en la bufanda de lana verde claro, agarraba el billete de la tercera clase en sus manos en que llevaba el paquete de "huroshiki".

Sintiendo el cansancio y tedio indescirptibles como antes, por primera vez, pude olvidarme un poco de la vida incomprensible, vulgar y tediosa.
(Abril-1919)